Old Lion
3 julio, 2014La Gran Vía: El Madrid Moderno
8 diciembre, 2014Hace mucho tiempo que no me asomo al Blog, por falta de tiempo, y lo que más me satisface es ver que a pesar de ello sigo teniendo visitas. Muchas gracias amigos por interesaros en lo que he ido escribiendo. Me propongo continuar y espero seguir contando con vuestra amable lectura.
El post de hoy es conmemorativo, porque aunque me parezca mentira en este mes de Noviembre de 2014 se cumplen 40 años desde que se abrió la puerta de la Sala de Grados de la Escuela de Arquitectura de Madrid y mi tutor del Proyecto Fin de Carrera me dio la mano y me dijo: ¡Enhorabuena, ya es Ud. arquitecto!
Era mucho lo que había trabajado para llegar hasta aquel punto, había empezado en la Escuela en 1968 con los tempranos 17 años del Preu, tenía 23 años, y tras seis de duro trabajo de aquel Plan 1964, había conseguido lo que tanto me ilusionaba.
Pronto me topé con el primer muro de dificultad: La crisis del petróleo (algo que yo, enfrascado en terminar la carrera, no creía que me pudiera afectar), ésta se había desatado un año antes, y tenía sumido a Occidente en un desabastecimiento de crudo que por primera vez hizo reflexionar al mundo sobre lo dependientes que éramos de ese suministro. Eso es lo que cuando me puse a buscar mi primer trabajo me decían todos: «La cosa está muy mal con esto de la crisis del petróleo». Vaya, o sea que a mí me habían dicho que era fácil encontrar trabajo como arquitecto y por culpa de los países árabes la cosa se ponía mal. ¡Bien empezábamos!
Finalmente a través de un amigo de mi padre conseguí trabajo en un estudio grande, de los que trabajaban mucho, allí hice mis primeras armas profesionales y aprendí lo que era la profesión en realidad.
Recuerdo muchas cosas de los cinco años que pasé en aquel estudio, pero quiero referir, por lo anecdótico viéndolo desde la perspectiva de hoy en día, la primera vez que fui con mi jefe a una visita de obra. En la puerta, y casi diría alineados militarmente, nos esperaban: El jefe de obra, el encargado y algunos instaladores de diversos oficios, la reverencia con la que le saludaron me llamó la atención: ¡Buenos días D….! fueron diciendo uno a uno. La visita de obra transcurrió en el mismo tono, cualquier duda o comentario del arquitecto director o del aparejador, eran órdenes de inmediato cumplimiento que no se osaba siquiera comentar, no digamos si se ponían por escrito en el Libro de Órdenes, en ese caso eran «La Biblia». Cuando volvíamos al estudio comenté con ellos que me había sorprendido el respetuoso comportamiento de todo el mundo con la dirección facultativa, me dijeron: «Es normal, nosotros hemos redactado el proyecto y somos los responsables de todo lo que ocurra en la obra»…¡Dios mío, pienso hoy, cuánto hemos perdido en estos años!
En esa época de 1975 a 1980 tuve oportunidad de trabajar en muchos tipos diferentes de edificios, también hacíamos Urbanismo, fue un aprendizaje completo y cobrando.¡Qué más podía pedir!
El trabajo estaba bien, pero la intención siempre fue volar por mi cuenta. Por fin en 1980 abrí mi primer estudio, con un amigo y compañero de la Escuela, ese estudio duró ocho años y fue muy bien, pero como ocurre muchas veces, aún manteniendo nuestra amistad personal, en 1988 nuestros caminos profesionales se separaron y continué solo, por mi cuenta.
El trabajo no me faltaba, pero ya pude ver que se convertía en intermitente, lo que por primera vez me hizo reflexionar sobre los gastos del estudio, puesto que la falta de encargos a veces se convertía en una carga para mis menguadas reservas económicas. Yo pensaba que el trabajo continuaría fluyendo, y que con el que entrara en el futuro podría seguir soportando los gastos, pero empezaba a no ser así.
Ahí comencé a ver la parte dura de mi profesión, la discontinuidad de encargos mientras uno se mantiene en el mercado para los posibles que pueda captar, esto me hizo necesitar por primera vez pensar en la financiación, con los problemas que luego sabría que esto acarrea.
En 1989 fundé mi empresa: «ag arquitectura sa» y así continué hasta 1996, con algunas crisis por medio, como la de 1992 tras terminarse los fastos de la Expo de Sevilla y la Olimpiada de Barcelona, aunque la verdad viéndolo comparativamente con la situación actual de la profesión, aquello era jauja, porque a pesar de todo yo seguía trabajando, aunque ya pensaba que las cosas estaban cambiando.
Como dije antes, a mediados de los años 90 empecé a pensar que el ejercicio de la profesión de arquitecto, como lo había desarrollado durante mis primeros 20 años, ya no estaba vigente, era necesario integrarse en equipos multidisciplinares con otros profesionales y así comenzó mi colaboración permanente con una Empresa de Ingeniería.
Esta etapa duró desde 1996 hasta 2006, fueron 10 años en los que continué trabajando y conocí el mundo de los concursos de arquitectura para la Administración, algo que, aunque parezca mentira, hasta entonces no había necesitado para conseguir encargos. Fue muy interesante entrar en esta faceta, hicimos muchos, muchos concursos y ganamos algunos, lo que nos permitió trabajar sobre todo para la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid. También teníamos clientes privados, porque, aunque hoy esto parezca mentira, en aquel entonces existían los Promotores Inmobiliarios, rara avis que parece haber desaparecido de nuestro entorno.
Otro conocimiento importante que me proporcionó esta etapa fue el del Project and Construction Management (PCM), una metodología que desde 1996 abracé con entusiasmo. Para mí sin duda es la mejor forma de llevar adelante un Proyecto, y especialmente indicada para la construcción. Desde entonces he seguido, en la medida de mis posibilidades, profundizando y ampliando mis conocimientos en esta materia.
Pero como siempre se vuelve a la escena del crimen…En 2006 continué nuevamente solo, por mi cuenta, con «ag arquitectura sa», que nunca había abandonado, seguí con la entrega a los concursos para la Administración y la tónica fue la misma, hice muchos, muchos, y gané algunos, con los consiguientes problemas de cobro de honorarios que trabajar en ese campo conlleva en España.
En 2008, como todos sabemos, explotó la burbuja inmobiliaria y eso afectó a la profesión de arquitecto de un modo que nunca hubiera podido imaginar aquel alegre Noviembre de 1974 en que me incorporé a estos quehaceres. Repentinamente parece como si todos nuestros problemas, que se habían ido acumulado durante años, se hubieran disparado a la vez hasta hacer irrespirable el ejercicio de la profesión.
Aparte de lo obvio: No hay trabajo porque la construcción se ha parado totalmente, dos son los aspectos fundamentales que a mi juicio han influido en esta debacle: En primer lugar la liberalización de los honorarios. Una profesión como la nuestra, por muy diversos motivos, tiene que tener al menos unos Baremos de Referencia y si fuera posible unas Tarifas Obligatorias, algo que hemos perdido en pos de una mal entendida «competencia», eso evitaría la selva salvaje en la que esto de ha convertido, con el consiguiente bajón absoluto de la calidad, la vulgarización de la profesión y la más absoluta mediocridad en el trabajo. La competencia en Arquitectura debe ser por calidad, no por precio, esto no es una mercancía. En segundo lugar y ligado con lo anterior: La masificación. Con más de cien Escuelas de Arquitectura por toda España, que agrupan a no se cuantos miles de alumnos, y casi 60.000 arquitectos titulados, en un país que estaría muy bien servido en la materia con 15.000 como máximo, la situación para nosotros no puede ser peor.
Pero en medio de todo, y gracias a Dios, yo sigo aquí. Todos los aspectos de la profesión me han parecido siempre interesantes, todo lo que se relaciona con ella me gusta. Aquí sigo, en la brecha. Una de las cosas buenas de ser arquitecto es que nadie te jubila, así que los viejos roqueros nunca mueren, y esto que he escrito es una revisión del pasado, pero para seguir adelante.
Lo más importante es que después de 40 años me sigue encantando ser arquitecto, y si volviera a tener que elegir una profesión, volvería a estudiar Arquitectura. Ser arquitecto es algo tan consustancial a mí persona como mi propio nombre.
Miguel Ángel Álvarez